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Post mortem La condena La metamorfosis El proceso El castillo América
Según la mayoría de sus analistas, críticos y teóricos, una de las características principales de la obra de Franz Kafka, cuyo mundo literario se caracteriza por una capacidad asombrosa de partir de la realidad para distorsionarla luego mediante los procedimientos retóricos de la hipérbole, la parábola o la amplificación, es la fragmentación, que en su trabajo fue sinónimo de inacabamiento. Decía Maurice Blanchot en uno de sus ensayos "Kafka no puede estar sin escribir, pero escribir le impide escribir: se interrumpe; vuelve a empezar". De ahí que toda su obra fuera interrumpida constantemente, es un afán que a veces parecía ser producto de la inseguridad y un mal disimulado deseo de perfeccionamiento; o podría entenderse como la parte extrema de una cualidad interior que toda su vida lo abrumó: la inseguridad. Inseguridad que a la manera freudiana fue sublimada en su expresión creadora.
En 1912 escribe La condena y La metamorfosis donde comienza a aparecer temas que serán recurrentes en toda su obra. En ambos relatos el problema está centrado en el conflicto con una autoridad (la familia «La metamorfosis» o el padre «La condena»). En 1913 edita El fogonero que luego sería el primer capítulo de América, en donde supone la imposibilidad de un cambio interno. A fines de 1914 escribe La colonia penitenciaria y comienza a redactar El proceso, en donde reafirma que su escritura tiene como norma fundamental lo absurdo. Uno de los personajes de La colonia penitenciaria ignora que ha sido juzgado y condenado, imposibilitado de una defensa. "La culpa es siempre indudable" dirá el oficial del relato. En diciembre de 1915 termina El topo gigante. Preocupaciones de un padre de familia es terminado en abril de 1917, en ese mismo año escribe El nuevo abogado y Informe para una academia donde se ocupa, entre otras cosas, de la "asimilación" de cualquier individuo por parte de la sociedad adulta, constituida como legalidad y orden colectivo. En La muralla china (1918-19), según Borges "el infinito es múltiple: para detener el curso de ejércitos infinitamente lejanos, un emperador infinitamente remoto en el tiempo y el espacio, ordena que infinitas generaciones levanten un muro infinito que de la vuelta a su imperio infinito." La muralla china es una metáfora del aislamiento, pero aquí el absurdo aparece consumado en una actividad colectiva. En este relato, Kafka oscila entre la sociedad de los constructores y la ley emanada del poder que la ha mandado construir; al silencio consustancial en que están envueltas todas las partes involucradas en su construcción. Surge el símbolo del inacabamiento, la ficción mítica del poder que es capaz de mandar a construir semejante obra; y por encima la metáfora material de nuestra propia finitud, de una incapacidad para no terminar lo que hemos empezado. En noviembre de 1919 durante unas vacaciones en el pueblo de Schelsen, al norte de Praga; escribe una larga epístola para su padre. Pero debido a la cautelosa intromisión de su madre, la carta nunca llegó a su destino. Fue publicada, póstuma, en 1952 bajo el titulo Carta al padre. En noviembre de 1920 escribe El buitre y Regreso al hogar (fines de agosto), este ultimo se publicaría póstumo en 1936. El castillo, escrito en 1922, es quizás su obra más compleja. Los personajes solitarios, condenados en un mundo absurdo, serán la constante en la literatura de Kafka. También en ese año (en otoño) escribe El matrimonio. Entre 1923 y 1924, escribe Investigación de un perro que resume magistralmente la temática kafkiana y sus problemas existenciales. Letra de Kafka. Kafka sólo vio publicada en vida una parte de su obra: la que forman los volúmenes de Contemplación y La condena (publicadas en 1913), y La metamorfosis (1915), Un médico rural y En la colonia penitenciaria (1919), Artista del hambre (1924) y algunos relatos aparecidos en la revista Hyperion y en otras publicaciones. Los grandes textos que impresionaron profundamente a Hesse, Huxley, Gide, Thomas Mann, Albert Camus -como El proceso, El castillo, América- sólo fueron conocidos póstumamente por la negativa de Max Brod de quemar sus obras. Si bien Kafka obtuvo en 1915 el premio Fontane, era, en términos generales y hasta su muerte, un escritor prácticamente ignorado por el gran público. Anota Kafka en su diario: "Escribí este relato de un solo tirón, durante la noche del 22 al 23 (de 1912), desde las diez de la noche hasta la seis de la mañana. Casi no podía mover las piernas debajo del escritorio, tanto se me habían acalambrado. La terrible tensión y la alegría, a medida que el relato se desarrollaba ante mí, como quien avanza sobre la faz del agua." La condena es uno de los textos donde más claramente se define la obsesión kafkiana por la figura del padre. Kafka hizo con su padre lo mismo que con el resto de las circunstancias de su vida: exagerar el lugar que ocupó en su vida, modificar el recuerdo infértil que tenía de él y convertirlo al fin, en la excusa, sino en el acicate, para la producción de muchísimas páginas literarias. Más aún: si se analiza detenidamente toda la obra de Kafka, uno cae en la cuenta de que la figura de su padre, conciente o inconscientemente, se convirtió para Franz en el núcleo simbólico y alma de su compleja "maquinaria" literaria. Se publicó primero en anuario Arcadia, Leipzig, 1913, y más tarde en forma de libro en 1916 (ambas cosas editadas por Kurt Wolff). La metamorfosis simboliza la horrible imaginería de una ética de la lucidez. Pero es también el producto de ese incalculable asombro que experimenta el hombre al sentir la bestia en que se convierte sin esfuerzo. El secreto de Kafka reside en esta ambigüedad. Estas oscilaciones perpetuas entre lo natural y lo extraordinario, el individuo y lo universal, lo trágico y lo cotidiano, lo absurdo y lo lógico. Vuelven a encontrarse en toda su obra y le dan a su vez su resonancia y su significación. En esta obra la figura del padre es fundamental, y es una de las obsesiones constantes en la obra de Kafka. Al final del capitulo II, aparece, en forma literaria, una persecución de Gregorio Samsa por parte de su padre que luego aparecería casi en los mismos términos en la Carta de 1919, donde leemos: "también me horrorizabas cuando corrías profiriendo gritos alrededor de la mesa, persiguiendo a uno de nosotros, aunque en realidad no quisieras agarrarlo: pero lo simulabas, y parecía como si la madre, finalmente, lo salvase." Kafka para la publicación de La metamorfosis había previsto reunir otros dos textos (El fogonero, el primer capítulo de América y La condena) bajo el titulo común de Los hijos. En una carta a su editor Kurt Wolf, del 4 de abril de 1913, Kafka escribe: "(...) de acuerdo con las condiciones que me expone acerca de la publicación de El fogonero (...) quisiera sólo pedirle una cosa, que ya le expuse en mi carta anterior. El fogonero, La metamorfosis y La condena constituyen un todo, tanto exteriormente como interiormente; existe entre ellos un nexo visible, y más aún un nexo secreto, que no quisiera a renunciar a poner en manifiesto, reuniéndolos en un libro cuyo título podría ser, por ejemplo Los hijos". Aunque Kurt Wolf aceptó la propuesta de Kafka, el libro con las tres narraciones no llegó a publicarse en vida del escritor, aunque si de forma separada. Kafka comenzó a escribir El proceso en agosto de 1914, en un agitado periodo histórico correspondiente a la guerra mundial de 1914-1918. Trabajó en él durante muchos años sin lograr terminarlo. Se publicó en 1925, un año después de la muerte de su autor. El proceso presenta dos problemas básicos, ambos vinculados a la temática esencial presente en toda la obra de Kafka: el destino individual y colectivo del ser humano. El protagonista es detenido en las vísperas de cumplir treinta años y es asesinado justo antes de cumplir los treinta y uno, (en ese mismo intervalo de tiempo Kafka contrajo, para luego romperlo, compromiso matrimonial con Felice Bauer; los paralelismos existentes entre este noviazgo y el proceso de José K. han sido puestos de manifiesto por distintos autores), este es acusado pero no sabe de qué. Tiende, sin duda, a defenderse, pero ignora por qué. Los abogados encuentran difícil su causa. Entretanto, no deja de amar, de alimentarse o de leer el diario. Luego le juzgan, pero la sala del tribunal está muy oscura y no comprender gran cosa. Supone únicamente que lo condenan, pero apenas se pregunta a qué. A veces duda de ello también y sigue viviendo. Mucho tiempo después, dos señores bien vestidos y corteses van a buscarle y le invitan a que les siga. Con la mayor cortesía le llevan a un arrabal desesperado, le ponen la cabeza sobre una piedra y lo degüellan. Antes de morir, el condenado dice solamente: "Como un perro". En una visión global, rastrea la gris y opresiva rutina burocrática que la sociedad actual descarga sobre los individuos de la cual sólo es posible librarse a través de una intensa y profunda actividad creativa. A este nivel Kafka –quien conoció de cerca, como empleado gubernamental, los rigores de esa rutina- desmenuza el sistema de enajenación, conque la organización social, aprisiona y condiciona a los seres humanos. Ese extremo se hizo particularmente notable durante la Primer Guerra Mundial, etapa histórica que en buena medida se refleja en el libro. Pero El proceso se eleva aún por encima de ese nivel, para trascender hacia un ámbito donde Kafka explora sin concesiones y con ácido espíritu crítico una realidad más universal y estremecedora. Se trata del destino del hombre moderno, protagonista de un proceso que amenaza con conducirlo hacía un futuro –dramáticamente previsto por Kafka– en el cual el ser humano estará a merced de un poder omnipotente contra el cual no existe la posibilidad de apelación de ninguna clase. Un poder –el tribunal supremo de la novela– que se rige por una moral por él mismo impuesta y que maneja en función de procedimientos esencialmente injustos, deshumanizados y absurdos, cuyo sentido y única explicación es servir de soporte a ese mismo poder. Un círculo vicioso que encierra al hombre esclavizándolo y haciéndole trizas la deseada armonía entre el mundo exterior y el mundo interior. Kafka dice todo esto en un estilo seco, despojado, duro, lacónico, beneficiado frecuentemente por la utilización hábilmente dosificada de un corrosivo humor negro. En ese mundo agobiante y angustiado donde se halla Josef K., un hombre símbolo que se mueve en un laberinto sin salida y hasta el propio lenguaje del tribunal le es incomprensible. Asistimos, pues, al trágico desmenuzamiento del engranaje constitutivo del poder. El drama de Josef K. deviene del nuestro; de ahí el fuerte impacto que produce en quien lo lee. Andre Gide así lo entendió: "la angustia de este libro es aveces casi insoportable, ya que no es posible decirse continuamente a sí mismo: este ser cazado soy yo". El castillo es, quizás, una teología en acción, pero ante todo la aventura individual de un alma en busca de su gracia, de un hombre que reclama a los objetos de este mundo su secreto real y a las mujeres las señales del dios que duerme en ellas. Son los detalles de la vida cotidiana los que vuelven a ganar terreno y, no obstante, en esta extraña novela en la que nada termina y todo recomienza, se simboliza la aventura esencial de un alma en busca de su gracia. Esta traducción del problema en el acto, esta coincidencia de lo general y lo particular, se manifiesta también en los pequeños artificios propios de todo gran creador. El proceso y El castillo no marchan en el mismo sentido. Se complementan. El proceso plantea un problema que resuelve El castillo en cierta medida. El primero describe, de acuerdo con un método casi científico y sin concluir. El segundo, en cierta medida, explica o imagina un tratamiento. Pero el remedio que se propone en él no cura. Lo único que hace es que la enfermedad entre en la vida normal. Ayuda a aceptarla. El agrimensor K... no puede imaginar más preocupaciones que la que le roe. Aquellos mismos que le rodean se apasionan por ese vacío y ese dolor que no tiene nombre, como si el sufrimiento adquiriese es este caso un aspecto privilegiado. Pocas obras son más rigurosas en su gestación que El castillo. A K... le nombran agrimensor del castillo y llega a la aldea. Pero desde la aldea es imposible comunicarse con el castillo. Durante centenares de páginas se obstinara K... en encontrar su camino, hará todas las diligencias posibles, empleará astucia, andará con rodeos, no se molestará nunca y, con una fe desconcertante, se empeñará en ejercer la función que se le ha confinado. Cada capítulo es un fracaso y también una reanudación. No es lógica sino perseverancia. La amplitud de esta obstinación constituye lo trágico de la obra. Cuando K... telefonea al castillo oye voces confusas y mezcladas, risas vagas, llamamientos lejanos. Esto basta para alimentar su esperanza. La gran esperanza de K... es conseguir que el castillo le adopte. Como no puede conseguirlo solo, se esfuerza por merecer esa gracia haciéndose hábilmente de la aldea y perdiendo esa cualidad de forastero que todos le hacen sentir. Lo que quiere es un oficio, un hogar, una vida de hombre normal y sano. Ya no puede soportar más su locura. Quiere ser razonable. Desea liberarse de la maldición particular que le hace extraño a la aldea. La última tentativa del agrimensor consiste en volver a encontrar a Dios a través de lo que niega. Ese forastero que pide al castillo que le adopte se encuentra al final de su viaje un poco más desterrado, pues esta vez es infiel a sí mismo y abandona la moral, la lógica y las verdades del espíritu, para tratar de entrar, con la única riqueza de su esperanza insensata, en el desierto de la gracia divina. América apareció en Munich, en 1927. Es la novela de más alegre atmósfera. Fue comenzada en 1912, con el título Der Verschollene ( El desaparecido). Narra la vida de Karl Rossmann, muchacho que es enviado por su familia a América por haber violado a una muchacha que trae al mundo un niño. Antes de llegar a Nueva York, el fogonero del barco se lamenta del injusto trato de que es objeto por parte del maquinista. Con ánimo de defender sus derechos, Karl se presenta en el camarote del capitán, y allí se da a conocer un señor, presente casualmente, como el tío americano de Karl, puesto al corriente por la familia de éste del motivo de su viaje. Karl y su tío desembarcan, abandonando al fogonero a su suerte. En una lujosa casa, aislado del mundo, Karl es sometido a una intensa preparación lingüística bajo la vigilancia del tío americano. Unos compañeros de negocios de su tío le invitan a pasar un día en su casa de campo, cerca de Nueva York. La hija del dueño le conduce a su habitación, y allí luchan, perdiendo Karl. Decide volver a casa. Pero un desconocido lo retiene hasta medianoche. Entonces le entrega una carta del tío, por la que éste, contrariado por haberle abandonado sin su consentimiento, le ruega que se abstenga de volver. En la calle se une a dos pícaros, que le ayudan a buscar trabajo. Karl los abandona al poco tiempo por haber encontrado violentada su maleta. Consigue una colocación de ascensorista en un hotel. A los pocos días, el gerente encuentra pretexto para despedirle por un momentáneo abandono del servicio. Evita una paliza del portero, huyendo, pero la precipitación le impide recoger una chaqueta en la que guardaba dinero y documentación. El anuncio de un teatro de Oklahomma, donde prometen ocupación a toda clase de hombres, le hace emprender el viaje. Y aquí acaba esta incompleta novela. Kafka analiza con una lúcida visión la profunda crisis de los valores humanos y descubre la enorme soledad de un mundo en el que cada individuo se encierra en su propio universo interior y busca desesperadamente una serie de explicaciones que sólo encuentran respuestas desde una dimensión trascendente. |